La buena vida

Elena Marquinez.

Siempre nos quedará el champagne Exclusivo, sensual y sugerente son términos que acompañan al champagne. Más allá de su calidad de pura artesanía, Perrier-Jouët y su emblemática anémona consiguen de cada copa una singular experiencia.

Hay un rosa casi perfecto. Coquetea con el salmón y ofrece una luz estimulante. Lo encuentro en la puesta de sol de Madrid a la que me asomo desde mi mesa de trabajo. Es una fuga breve que me permito a menudo para continuar dando a la tecla con brío.

Tengo otras, exquisitas, perfumadas y con burbujas. Son en rosa, unos días, y en oro, otros. Y también me permiten una escapada al refinamiento y savoir-faire. Tienen 200 años de historia detrás y eso ayuda. Eso y el concepto de respeto por la tierra, la tradición y la artesanía. De un dorado luminoso, cristalino y un poco pálido, con burbujas finas que ascienden insinuantes hacia la superficie, acerco mi nariz a la copa de champagne. Este gesto me lleva de paseo por un jardín imaginario en el que acacias, magnolios y espino blanco dan paso a árboles cargados de fruta. Y da lo mismo que estemos en temporada o no porque mi olfato sí percibe la magnolia y la acacia pero también manzana verde y melocotón blanco. Doy un repaso más, olfateando como un cachorro, y encuentro vainilla.

Cuando llega a mi boca es fresco y muy cremoso, un poco mantequilla. Y adoro las cosquillas leves de las burbujas en mi paladar. Si busco una referencia en el tacto sería la del pañuelo de seda que me gusta anudar a mi cuello. Como ve, la fuga, esta vez, ha sido rapidísima. Me he dejado llevar por Grand Brut de Perrier-Jouët. Suspiro. Y ronroneo. Se trata de un coupage de Chardonnay (25%), Pinot Noir (35%) y Pinot Meunier (40%). Puestos a escaparme salgo zumbando hacia Épernay (Francia), en plena región de Champagne. Hileras de vid y petit chateaux (no tan petit, la verdad) y una maison cargada de historia en la que resuenan acordes de jazz y cuya decoración nos arrastra a los excesos del Art Nouveau. Su nombre, Maison Belle Epoque, sugiere una escapada a tiempos exquisitos y voluptuosos en el arte y la decoración.

Cuando llega a mi boca es fresco y muy cremoso, un poco mantequilla. Y adoro las cosquillas leves de las burbujas en mi paladar La maison era la casa, el proyecto y la ilusión del matrimonio formado por Pierre Nicolas Perrier y Adèle Jouët. De aquellos amores, no solo íntimos, surgen las Cuvées Perrier-Jouët. Si tendrían claro lo que tenían entre manos que en 1811, cuando una botella de champagne costaba 1,25 francos ellos las vendían por 3,60. Será que su Grand Brut nació con estrella, que para algo tuvo a bien dejarse ver el cometa Halley la noche del 25 de marzo de ese año. La maison, actualmente, es para verla. Entre vajillas, lámparas y mobiliario reúne 200 obras de los maestros más destacados del Art Nouveau, incluido Émile Gallé, maestro cristalero responsable de las anémonas que identifican a la marca. Tras un ataque de realidad porque ha sonado el teléfono, aterrizo como puedo de esta orgía floral y de redondas formas que supone Maison Belle Epoque y busco el rosa en el atardecer para templar el ánimo. Y ahí está, como la Puerta de Alcalá. Tímido, un poco como el oro rosa, claramente salmón y con toques de ese terciopelo tierno que ofrecen los albaricoques. Y volvemos a la copa que esta vez es de un rosa limpio y huele a fresas, y a moras de las se cogen al final de una tarde de verano en el monte, y un poco a rosas silvestres, siempre de escaso pero singular perfume (aunque esto último y dado mi amor frenético por las flores puede ser pura sugestión). Se llama Blason Rosé Perrier-Jouët, Chardonnay (30%), Pinot Meunier (30) y Pinot Noir (40%) y vuelven las cosquillas a la lengua y una juerga de frutos rojos, con frambuesas y fresas silvestres pero también un golpe cítrico que nos hace arrugar la nariz y sonreír. Aún no lo he dicho a estas alturas, ay, ay, ay, las burbujas pero, a modo de fieles escuderas, dos amigas han decidido que si hay cata de champagne, se apuntan. Y por aquí andan. Que sí, lo del atardecer les parece una monada pero a lo que vamos es al descorche.

Y en estas que recuerdo que, en su orígenes, al champagne rosado se le consideraba un vino defectuoso. Torrente de risas. Y una frase: “Nadie es perfecto”. Y una película “Con faldas y a lo loco” (Billy Wilder, 1959). Y la voz sensual de Marylin Monroe susurrando “I wanna be loved by you” y “I´m through with love”. Y ese final en el que Jack Lemmon travestido de rubia explosiva, es un decir, insiste en el no a la propuesta de matrimonio de un millonario excéntrico.

Ahora sí que la risa anda suelta entre las tres.“No, porque no soy rubia natural”, que dice Lemmon. Al estrafalario enamorado se la trae al pairo. Insiste en que no “porque fumo” y menos le importa al otro. Persevera “porque vivo con un saxofonista” y tan fresco nuestro millonetis. No “porque nunca podré tener hijos”. Ni responde. “No me comprendes –grita Lemmon arrancándose la peluca- ¡Soy un hombre!”, Y ahí sí, las tres a coro: “Nadie es perfecto”. Salvo estos ratos, con la puesta de sol de Madrid, la amigas “solidarias” que se apuntan a un bombardeo y el champagne, ahora sí, Blason Rosé en la copa. Por cierto, fue el champagne oficial de la 61ª edición del Festival de Cine de San Sebastián que se celebró del 20 al 28 de septiembre. Y nosotras, visto el plan, hemos decidido volver a ver “Con faldas y a lo loco”. Haremos un poco el gamberro mientras disfrutamos del pobre Jack Lemmon y su pretendiente bailando “La cumparsita” en una escena hilarante. Van a ser una burbujas de cine.